sábado, 17 de enero de 2015

Como podemos actuar frente a un berrinche

Para comprender de qué se tratan las cosas es bueno conocer su historia. No es menos curioso el antecedente de la palabra berrinche. Esta proviene de verraco, que es un cerdo macho, el que es un animal muy testarudo y emite berridos; también en algunos países de Sudamérica esta palabra significa olor desagradable. En relación a los niños la palabra es sencillamente definida como enojo grande.

Pero es más que una simple emoción. Se trata de una conducta que tiene como origen una frustración –experiencia desagradable de no poder lograr algo en el momento deseado-, que posee siempre una fuerte carga emocional de una o más emociones –por ejemplo enojo, disgusto, ansiedad, indignación, miedo, vergüenza- y se manifiesta en un comportamiento caracterizado por llanto o lloriqueo, gritos, pataletas, negaciones a cooperar o a guardar silencio o asentir,  romper cosas, insultos, arrojarse al suelo, dar golpes y agredir–a otros como en casos más graves a sí mismos-. No cabe duda de que el común denominador de la palabra berrinche es que en cualquiera de sus acepciones, sigue siendo desagradable de experimentar.
Los berrinches son comunes de 1 a 3 años y en menor proporción hacia los 4, porque en estas edades todavía no aprendieron a autorregular sus emociones (tolerar las frustraciones, capacidad para sosegarse ni esperar). Luego, en general, tienden a disminuir porque aprenden a esperar y manejar los intensos estados afectivos que caracterizan al berrinche. De este modo, al manejar las emociones, disponiendo de más habilidades emocionales –autoconciencia, autorregulación, tolerancia a la frustración, empatía, etc.-, el berrinche casi llega a desaparecer. Digo casi, porque no podemos pretender que desaparezca del todo ya que el niño necesita descargar lo que siente ante eventuales frustraciones muy intensas. Pero hay ocasiones en las que las rabietas ya no son auténticas expresiones de desagrado, sino que son auténticas manipulaciones aprendidas. Por ello, para tener un criterio podemos decir que con un motivo claro, un máximo de 3-4 rabietas efímeras por día pueden ser consideradas normales en las edades mencionadas. Sin embargo, podemos hacer algo para que disminuyan sean excepcionales.
En primer lugar es importante saber que el berrinche invariablemente se da en presencia de alguien que lo ve y oye, es decir, siempre va dirigido a alguien. Los caprichos y manipulaciones son verdaderos aprendizajes que los niños realizan a temprana edad a partir de un adulto (que puede estar sobrevinculado con el niño) que le da demasiada atención a esa conducta. Muchos padres en la consulta me dicen “es que no sé cómo hacer para que deje de hacerme el berrinche” y me explican que están a merced del niño. Pero en realidad el que tiene el poder de mantener o extinguir el berrinche es quién le presta atención. En este sentido propongo entender que el crecimiento siempre conlleva cuotas de dolor auténtico, el que no debe ser evitado pero sí contenido por los padres o seres queridos, pero el berrinche a título manipulativo ha de ser ignorado. El tutor debe discernir entre dolor auténtico y berrinche para contener el primero y tratar displicentemente el segundo.
Otros factores a considerar son: por un lado, debido a mayores exigencias y presiones laborales y/o económicas los padres están algo más estresados, con lo cual tienen menos energías para mantenerse firme ante un berrinche como también están más proclives a considerar cualquier desagrado del niño como berrinche. Por otro lado, la tecnología –video juegos, internet, TV, etc.-  y nuevos hábitos sociales, hacen que los tiempos sean cada vez más cortos y crueles, no dando la oportunidad a que, tanto niños y adultos, aprendamos a esperar.  Además, la creencia errónea de algunos adultos de que “satisfacer todas las necesidades en el niño, es darles amor” no deja lugar a que incorporen la habilidad de tolerar frustraciones y el tan necesario límite.
Al berrinche casi permanente –capricho y manipulaciones- le precede una larga historia de un tercero –papá, mamá, abu, etc.- que reforzó este comportamiento prestándole demasiada atención, sea sólo mirándolo, retándolo cuando tenía una rabieta o satisfaciendo inmediatamente la necesidad –sobreprotección- o bien cediendo por cansancio; por culpas –de no compartir tiempo con ellos u otras razones- o por vergüenza, cuando la familia está en lugares públicos. De este modo, el niño aprendió muy bien cuál es la conducta “Ábrete Sésamo” que saca los obstáculos del camino del niño. Entonces, si el berrinche fue co-construido de a dos –o más- a lo largo de un buen tiempo, no pretendamos que este hábito familiar (que luego tiende a internalizarse en el niño, por cierto) desaparezca de un día para otro. Así como se armó, requiere ser desarmado a lo largo de un período de tiempo considerable, donde se le preste considerada atención por las conductas positivas del niño a la vez que se muestre apatía ante el berrinche. ¡Qué desafío para los padres temperamentales y/o sobreprotectores!
De modo que la estrategia es: una vez que nos aseguramos que es un berrinche y que al niño no le pasa nada malo, hemos de evitar prestarle atención. Luego de aproximadamente un mes (tiempo mínimo para establecer un nuevo hábito) en esta nueva interacción en la que no se le refuerza el berrinche –sea reprendiendo o conteniéndolo-, el niño, que no tiene un pelo de tonto, aprenderá que el berrinche no le sirve para llamar la atención. Simultáneo a este accionar es fundamental prestar especial atención y reconocer con mensajes empoderadores cada conducta positiva que veamos en el niño. Quiero dejar en claro que los niños necesitan amor y contención. Hemos de brindarles aliento y reconocimiento cuando están de buenas, pero cunado están de rabietas hay que obrar calmos y con displicencia. ¡Recordá que todo aquello a lo que le prestes atención crecerá!
Lic. Lucas J. J. Malaisi


  


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